Enrique Solinas
Foto: Jaime Panqueva
Suplemento Cultural de El Litoral, Santa Fe - 23/4/2015
La liturgia de la modernidad
Comentario a Corazón Sagrado, de Enrique Solinas, Viajero Insomne Editora, 60 páginas.
Si algo podría definir la poesía de Solinas es su profundo humanismo expresado con una rigurosidad
formal que tiende al despojamiento. De la dramatización de la escena que se despliega en cada poema
brota una verdad que se vislumbra o se esconde o es buscada pero no aparece de un modo frontal, sino
que se asoma en la entonación, en el gesto de la voz. El nivel ontológico en la poesía de Solinas se encuentra
en la articulación estética, lo que se sabe y lo que no, puede rastrearse debajo de lo enunciado
como interrogante y como anhelo. En la aparente sencillez hay inflexiones, cruces de registros, leves
guiños, un afán de totalidad encubierto en el trazo limpio de las palabras. En ese tono de placidez que
marca la escritura de este nuevo libro, en Corazón Sagrado se rastrea, sin embargo, la inquietud, la sed
de eso que apenas se nombra. Búsqueda y confesión, susurro, verdad desnuda a veces como revelación
inusitada, cántico, celebración, todo en estos poemas que pulsan el trayecto de una búsqueda estética
caracterizada por la originalidad, la impecabilidad y la variación de matices y un innegable
entronque con la oralidad por su tono de invocación y plegaria. Hay, además, algo de testigo en esta
voz poética, testigo del suceso, del acto, de una verdad. En estos poemas se percibe nuevamente la
combinación de una mirada inocente y a la vez aguda en un equilibrio delicadísimo, aunque es probable
que el giro en la escritura dé cuenta de una decantación mayor en el tratamiento de la palabra que
se vuelve translúcida, abarcadora, única. Reducir este conjunto de poemas a una tradición encuadrada
en el lirismo místico sería empobrecer la propuesta del autor, si bien aparecen los motivos y los escenarios
típicos del Nuevo Testamento de la Biblia el desierto, los cuarenta días y las cuarenta noches, la escena
de la crucifixión- es imposible no leer entre líneas para descubrir que el texto al nombrar
celebraciones, ceremonias y creencias nos habla del ejercicio de la palabra poética como una liturgia de
la modernidad. El poema “Dionisios” opera como un contrabalanceo de la figura crística que atraviesa
la mayor parte del libro. El desborde de los sentidos frente a la contención y mesura que se repliega
hacia un centro, la expansión hacia el afuera sin tope ante una mirada interior, expresada en la metá-
fora del Sagrado Corazón de Jesús, que ha sido considerada por algunas tradiciones del pensamiento
del nuevo paradigma como una superación del Cristo crucificado o, quizá, una representación del Cristo
más acorde con el nuevo siglo. Cabe señalar que la estructura del libro en su totalidad guarda un equilibrio
en la reunión y combinación de poemas marcados por la belleza expresiva y el rigor formal.
Irma Verolin
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