sábado, 3 de enero de 2015

Silvio Mattoni, sobre “Corazón Sagrado” de Enrique Solinas

Enrique Solinas
© Shanghai Daily 2014

"Corazón Sagrado" de Enrique Solinas: Una aparición Sagrada

Cuando en la actualidad se habla de “poesía mística” se suele pensar en un juego paradójico con las palabras, se suele hacer referencia al problema místico del lenguaje, que consiste en lo siguiente: las palabras no pueden decir las cosas, el ánimo ni la materia del mundo, son más bien su ausencia. Entonces lo místico sería aludir, por defecto del lenguaje, al exceso de las palabras, a aquello que las excede, por la doble vía del silencio y de la metáfora. Sin embargo, en los poemas de Enrique Solinas los versos son místicos en un sentido más propio. Por supuesto, lo que se dice –el amor, el sentimiento religioso, el misterio de una relación anímica con un absoluto– no cabe del todo en las palabras, pero hay aquí un impulso más antiguo que la resignación a la insuficiencia del lenguaje. Estos poemas recobran la cuestión mística desde San Juan de la Cruz, le ponen de nuevo figuras al amor divino y nuevas canciones a la persecución incesante del alma por una plenitud perdida. Así, como en aquella tradición mística, el erotismo se torna ambivalente: ¿se ama a Dios o al Hijo, bajo la forma de un cuerpo deslumbrante en su pasión y su dolor? ¿O bien se ama un cuerpo presente cuyo transporte y cuyo goce hacen sentir en el espíritu la presencia de un ser eterno?

Corazón Sagrado, Ed. Viajero Insomne, 2014

No obstante, desde un primer momento, el “corazón” deja entrever una posibilidad de cuerpos presentes. Ese otro, por momentos distante, simbólico, icónico, se vuelve de golpe, por la apertura misma de las palabras ambivalentes, un objeto deseado, un factor de goce. De pronto un cuerpo se extiende sobre otro cuerpo. Parece un sueño, pero es el deseo realizado. Parece un rezo, pero es una canción de amor terrenal.

Enrique Solinas
© Shanghai Daily 2014

Se diría que la antigua mística barroca, que acaso le diera el máximo de sonoridad y de sentido a este idioma que hablamos, se ha invertido. En los raptos de santos de Juan y de Teresa, el erotismo venía por añadidura, era una manera de aludir a la intensidad de una fe y al abandono de toda referencia y de toda espera de reciprocidad. En la poesía de Solinas, el goce, la promesa sexual y amorosa, se elevan hasta la forma de una aparición sagrada. A tal punto que incluso las imágenes cristianas pueden ceder su lugar a otra clase de epifanías. Surge entonces el antiguo Dionisos, el dios del entusiasmo, el ritmo y el trance. Pero no podría decirse que ese poema a Dionisos, momento culminante del libro, sea sin más una suspensión, un paréntesis antiguo en el continuo cristiano, sino que en verdad aquel dios borracho y embriagador, proclive al amor del instante, habrá sido ya el último dios, o sea el crucificado. Entre címbalos y excesos, el dios niño, el que fue despedazado vuelve a juntarse, con cada fiesta, con cada rapto de amor, con el simple deseo que se precipita en la forma de otra carne; a cada verso, el dios vuelve a estar presente.

Una palabra más debería agregarse sobre la música de estos versos, su sed de imágenes y su aspiración a la altura de lo que permanece, contra toda esperanza, en la intensidad de la poesía. Una palabra que no encuentro. Apelo entonces a la metonimia, con una hermosa palabra antigua que se repite aquí, como sonoridad inspirada, una docena de veces: címbalo.

Enriqe Solinas
© Shanghai Daily 2014

“Lo que nos falta es la fe”, decía Hegel en sus clases de estética, y con ello anunciaba el fin del arte, el carácter pasado de su práctica para el mundo actual. Pero la poesía nunca compartió esa opinión e hizo de su propia inactualidad la fuerza inagotable que la impulsa. Otro filósofo, el que firmaba “Dionisos o el Crucificado”, pensará que la mejor manera de salir de la cárcel del presente es y será lo inactual. Solinas canta, reza, ama y dedica sus poemas al rango de lo que no muere. No sabemos qué pueda ser eso, una fe tal vez, pero sin ese deseo de fe, ese querer y ese dejarse llevar, esa afirmación constante del momento privilegiado, no seguiríamos en esta espera incesante de una redención bajo la forma de libros de poesía.  Por eso, creo, es necesario este libro y su experiencia intensa