domingo, 9 de septiembre de 2012

"El sistema defensivo de los muertos" de Diego Muzzio: El que contempla y vive la belleza de la muerte.


por Enrique Solinas

 

El sistema defensivo de los muertos es el quinto libro de poemas que Diego nos ofrece, publicado por Hilos Editora. El mismo se inserta perfectamente en el programa literario que Diego comenzó con El hueso del ojo (1991) y desarrolló en Sheol Sheol (1997), Gabatha (2000), Hieronimus Bosch (2005) y en Tratado sobre la ejecución de animales (2008). Aquí ahonda, de manera vertiginosa, en un tema característico de su universo poético: el hombre que cuestiona el sentido de la existencia a partir de la destrucción que origina la muerte.

Ya en su libro anterior, Tratado sobre la ejecución de animales, intenta describir, casi fotografiar, el momento en que la vida culmina y nace la muerte en todo su esplendor, para ofrecer diferentes lecturas que surgen a partir del crimen. En El sistema defensivo de los muertos redobla la apuesta y profundiza en el sentido de la muerte, la describe, la habita, hace el amor con la muerte, se fusiona, para mostrarnos su belleza.

El libro se divide en tres partes: Los sonámbulos, Katmandú y La guerra menor. Elige el poema en prosa sobre cualquier otra forma y prefiere un discurso desmesurado, barroco, con enunciados que aparentan ser producto de una catarsis, cuyo sentido autorreferencial le ha impregnado al conjunto un dramatismo propio de la tragedia griega. 

         En la primera parte, Los sonámbulos, nos presenta un escenario en donde podemos observar al sujeto poético a punto de escribir, al mismo tiempo que los habitantes de la muerte (mujeres, hombres, niños) realizan acciones que son percibidas por este sujeto. A partir de entonces, nos  explica en qué consiste el sistema defensivo de los muertos, se trata de “un sistema defensivo contra el olvido[1] y además nos cuenta que “así se extiende el sistema defensivo de los muertos, se pudren desde adentro las palabras y, al pronunciarlas, se llena la boca de pus y con creciente terror advertimos que sus sonidos tienen el asombro de poder proyectar, ante nuestros ojos, el film oscuro, mal compaginado, de la vida de los hundidos en el agua de la dispersión[2]. De esta manera, muerte y vida, en el aquí y el ahora, se igualan. No hay límites precisos, la escritura convoca a los que ya no están y pone en evidencia esta ruptura espacial que el agua hace propicia a lo largo de todo el libro. El agua del bautismo, el agua de los sueños, el agua escrita, el agua del rio de los muertos. Es lo que comunica a la vida con la muerte, derribando toda diferenciación.

            Ya sentadas las bases, en forma general, de este sistema, el sujeto poético instala y desarrolla la muerte del padre. Se remonta a la infancia y transforma el pasado en un tiempo presente, justo en el exacto momento en que el padre ha dejado la vida. Giorgio Agamben, en Infancia e historia[3], afirma que cualquier discurso sobre la experiencia no es posible para el hombre contemporáneo. Privado de su biografía, es incapaz de poseer y transmitir experiencias. Se basa en Walter Benjamin[4] quien observa que los jóvenes que regresaban de la Primera Guerra Mundial, volvían mudos del campo de batalla por el horror vivido, no podían contar lo visto, por tanto, la experiencia resultaba incomunicable. Según Agamben, la experiencia no es tal porque hay conocimiento sobre algo, sino que ésta existe en tanto es transmisible por medio de la palabra y el relato. El hombre  contemporáneo no acepta cómo válida una experiencia legitimada por el discurso, el mundo es demasiado veloz para detenernos a escucharlo. En cambio, la poesía de Diego responde al sentido tradicional de la experiencia, posee el don de la palabra y resulta suficiente para transmitirla, a pesar de ser dolorosa e insoportable; la puede contar, a pesar de convivir con ella. Puede realizar una radiografía de la muerte, una autopsia del padre, porque la ha vivido y la vive constantemente, a partir de la memoria.

Jacques Le Goff[5], coincidiendo con H. Atlan[6], afirma que el proceso de la memoria en el hombre hace intervenir no sólo la preparación de recorridos, sino también la relectura de tales recorridos. Y este es el sentido en el cual Diego ejercita la memoria. Recuerda y relee, recorre las imágenes vividas, las recrea y las vuelve a crear para transmitirlas.

         En la segunda parte, Katmandú (cuyo nombre se debe a Los caminos de Katmandú de Bajarbel), aplica su sistema contra el olvido. El sujeto poético, como una cámara de cine, recuenta la muerte del padre, los instantes previos a su muerte, los momentos posteriores. Detalles abrumadores que cada tanto se repiten una y otra vez, y que ayudan a instaurar su reino, como quien está en un callejón sin salida, como si esa muerte es lo único que sucede desde siempre y el yo poético está condenado a decirla y a revivirla: “Veintitrés años después del día de tu muerte me siento a escribir sobre tu muerte     nunca dejé de escribir sobre tu muerte     siempre rondé alrededor de tu muerte[7]. Por este motivo, el sujeto poético que atraviesa la muerte del padre, expresa su cansancio por intentar comprender cuál es el sentido de esa agonía interminable donde jamás cambiará el final. Luego del trayecto que realiza desde el principio, de esa posibilidad de expresar lo que resultaba inexpresable, encuentra una salida: se despide, luego de tanto luto, entierra al padre. Ahora lo puede hacer, ha dicho lo que tenía que decir, lo suficiente para que esa muerte deje de tener el poder de atrapar al yo poético en la angustia y el miedo. Ha llegado la liberación, queda por fin el padre enterrado en el poema, hasta el futuro encuentro: “ya no más     nunca más volveremos a estar juntos     jamás leerás este poema que te entierra y te deshace     y a partir de ahora no sólo nos separará la muerte     sino también la muerte de tu muerte     y el resto de mi vida sin el tormento de tu muerte     y al final también mi propia muerte[8].

         Resulta interesante además el itinerario que se describe en relación a la escritura: el libro Los caminos de Katmandú, regalado por el padre al sujeto poético y que lo introduce en la literatura, como si fuera un legado, la poesía como castigo, obsesión y a la vez inevitable. Escribir para narrar la muerte, escribir para huir de la muerte.

         La tercera parte, La guerra menor, cierra este sistema con detalles que ayudan a comprender mejor su funcionamiento. La vida y la muerte en combate constante, el mundo como una urdimbre que contiene estas ideas y las ausencias como una revelación de lo que existe.

         Podemos afirmar que El sistema defensivo de los muertos es un poema filosófico que se enrola en una tradición. El texto y la propuesta en sí está construido a la manera de Heráclito o Parménides, y no por casualidad, en el poema encontramos diferentes referencias, por ejemplo, el descenso como un lugar de conocimiento, La Eneida de Virgilio; mitología griega, Aqueronte y Caronte; Vigilar y castigar, de Foucault; referencias cristianas que realizan una apoyatura estructural: los peces, el cordero, la comunión, el rezo, treinta y tres años, Cristo, la cruz, la pasión, el Paraíso, el Purgatorio; personajes bíblicos: Ahab, Josef, Jonás.

         Libro imprescindible que narra la esencia de la vida, de la manera lúcida y precisa que sólo Diego sabe hacer. Libro inmenso, concentrado, resplandeciente, reflexivo. Catártico, barroco, autorreferencial, emotivo.

El sistema defensivo de los muertos  es una celebración de la vida porque la vida quiere vivir, a pesar de toda la tristeza del mundo, y porque se vive, se puede contar la historia. Celebremos la belleza de la muerte.

Y celebremos también a este gran poeta que es Diego Muzzio, único en su voz, en su manera de mirar el mundo, poeta que ya ha dado muestras más que suficientes de que su poesía fue, es y será siempre.

 


[1] Muzzio, Diego. El sistema defensivo de los muertos. Hilos Editora, Buenos Aires. 2011, p.11
[2] Ant, cit, p. 16
[3] Agamben, Giorgio. 2004.  Infancia e historia, Destrucción de la experiencia y origen de la historia, Traducción de Silvio Mattoni. Buenos Aires. Adriana Hidalgo Editora.
[4] Benjamin, Walter. 2007. “Experiencia y pobreza” en Obras. II/Vol. I. Madrid, Abada, pp. 219-222.
[5] Le Goff, Jacques. 1991. El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Barcelona. España, Ediciones Paidós.
[6] Atlan, H. 1972. Conscience et désirs dans des systémes auto-organisateurs, Morin y Piattelli-Palmarini édit. Seuil, París, pp. 449-65.
[7] Ant. Cit, p. 19
[8] Ant. Cit, p. 44